Ayer fui de propio a ver a Jorge de Vermut Zecchini al salón de destilados premiúm Guía Peñin en Madrid.
Fue la primera persona que conocí cuando empecé mi andadura de escribir mis experiencias gastronómicas y viajeras por la red. Me lo encontraba en todos los eventos y ferias, charlábamos y ya sabéis, el roce hace el cariño.
Me acuerdo, como si fuera ayer, las palabras que le dije cuando me dio a catar por primera vez su vermut, vermú, vermouth o como queráis llamarlo.
-No me gusta el vermut, gracias.
Cuando era joven, no hace mucho tiempo(ironía), y salíamos en pandilla, el vermut, con la aceituna y el gajo de naranja, era cosas de chicas. Los chicos eramos más de birras. Dos marcas copaban el mercado de esta bebida en España y aunque las probé varias veces, no me terminaron de convencer. Y tozudamente, como hombre y maño que soy, seguí con mis cervezas.
Afortunadamente, ya de mayor o menos joven, acepté ese trago que Jorge me dio a probar la primera vez que nos conocimos.
Ese color intenso y brillante, ese sabor agradable con toques especiados, ese aroma persistente, el amargor equilibrado…
-Esto no es vermut, le dije.
Y sí que lo era. Y lo llevan haciendo desde 1940 en las Bodegas Cuesta, en el corazón de Madrid, elaborándolo con una receta que deriva de una antigua tradición herborista y medicinal.
Yo lo acababa de descubrir pero llevaban ya tres generaciones. Primero su abuelo empezó elaborando vino. Luego su padre, al que tuve la suerte ayer de conocer y con el que disfruté de una agradable charla creó “el milagro” convirtiendo el vino en vermut. Y por último, Jorge y su equipo, manteniendo la tradición artesanal pero incorporando desarrollo e innovación, terminó creando un producto de excepcional calidad.
Gracias por hacerme vermutadicto.